Mario R. Montani (Sonny) (Hijo)

Recuerdos

Mario R. Montani (Sonny)

Hijo

 

Mario R. y Mario J. en Bariloche, 1974.

Mario R. y Mario J. en Bariloche, 1974.

Recuerdo que tenía yo entre 7 y 9 años cuando papá me elegía como acompañante para visitar a alguno de sus clientes de marroquinería o etiquetas engomadas. Lo hacíamos en un Ford modelo ’35 y luego en un más moderno y señorial Plymouth color negro, en horario vespertino, cuando él ya estaba libre de sus obligaciones en YPF. Por esas épocas yo era muy poco comunicativo (debo reconocer que con el tiempo ese rasgo se ha suavizado pero no desaparecido, de hecho, durante mi primera adolescencia, papá me otorgó el risueño mote de “la Incógnita”) y supongo que él deseaba aprovechar el tiempo y que pudiésemos estar juntos. En los vehículos que tenían radio escuchábamos música mientras comentábamos las cosas del día.

Los periplos nos llevaban al centro de la ciudad y a algunos de sus barrios, pero recuerdo de forma especial los viajes a Punta Alta y al puerto de Ingeniero White. Había en este último lugar un cliente que tenía un kiosco. Este señor poseía una colección de historietas de guerra de Ernie Pike que me prestaba pues sabía que era cuidadoso y buen lector. Yo ignoraba por aquel entonces que aquellos comics estaban escritos por Héctor Oesterheldt (quien firmaría luego El Eternauta y desaparecería durante la dictadura) y dibujados por Hugo Pratt, un italiano afincado en nuestro país que luego retornaría al suyo para crear Corto Maltese y hacerse famoso. Tampoco sabía que las páginas que miraba, y que su dueño atesoraba, hoy valdrían una fortuna en cualquier exposición de comics  del mundo.

En una de esas ocasiones, me compró una revista de Superman, sin saber que estaba sellando mi destino como fanático coleccionista del personaje por los próximos 50 años.

Esta era la tapa original de la revista que papá me regaló. Era el Superboy Nº 71 de Marzo de 1959 en la edición USA. Llegaba la traducción vía Mexico exactamente un año después, así que yo acababa de cumplir mis 8 años.

Esta era la tapa original de la revista que papá me regaló. Era el Superboy Nº 71 de Marzo de 1959 en la edición USA. Llegaba la traducción vía Mexico exactamente un año después, así que yo acababa de cumplir mis 8 años.

A veces las cosas se complicaban. Debo mencionar que por entonces yo me había convertido también en un incipiente cineasta y la culpable era mamá, quien solía llevarme como acompañante al Cine Unión, donde los días miércoles daban tres películas consecutivas.

Cuando salíamos de casa con papá, la ida nocturna al cine no estaba siquiera definida pero mis esperanzas estaban cifradas en ella. De modo que, cuando comenzaba a atardecer, mientras esperaba en el auto que papá terminara sus negocios, los minutos se alargaban interminablemente. Yo, por supuesto, no iba a decirle nada, porque ese era mi estilo y porque él estaba haciendo cosas importantes. Pero la imagen mental de las luces de la sala cinematográfica apagándose o el león de la Metro iniciando sus rugidos sin mí, era más de lo que podía soportar. En un par de oportunidades, cuando él regresaba al auto casi de noche, me veía con un par de lagrimones rodando por la cara…

“¿Qué te pasa? ¿Estás bien?” preguntaba. Silencio, más lagrimones…

“¿Te duele algo?” Movimiento negativo de cabeza.

“¿Tuviste algún problema en el colegio?” Nuevo movimiento negativo

“¿Iban a ir al cine esta noche?” Ahora sí, movimiento afirmativo de cabeza.

“Pero ¿por qué no me dijiste nada?”… Silencio. Secado de lágrimas…

Y allí partía a toda velocidad para depositarme en casa, y, con un poco de suerte, frente al incomparable león de la Metro, la inalcanzable montaña de la Paramount o el inolvidable gong de Rank Organization.

Pobre papá. Que paciencia me tenía…

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