Archivo de la categoría: Recuerdos
Maximiliano Montani Martinez (Maxi) (Nieto)
Jimena Mansilla (Nieta)
Recuerdos
Jimena Mansilla
(Nieta)
Me acuerdo de verlo andar en bici vendiendo almanaques, con su gorrita, silbando hermosamente y con su inacabable sonrisa muy amplia como la de mi hermano Pato, que me la recuerda mucho, o la de Maxi y su parada chueca. Estos aportes no son para nada académicos (ja ja). Pero, ¡cómo se hace extrañar! ¿no? Besos
Mario R. Montani (Sonny) (Hijo)
Recuerdos
Mario R. Montani (Sonny)
Hijo
Recuerdo que tenía yo entre 7 y 9 años cuando papá me elegía como acompañante para visitar a alguno de sus clientes de marroquinería o etiquetas engomadas. Lo hacíamos en un Ford modelo ’35 y luego en un más moderno y señorial Plymouth color negro, en horario vespertino, cuando él ya estaba libre de sus obligaciones en YPF. Por esas épocas yo era muy poco comunicativo (debo reconocer que con el tiempo ese rasgo se ha suavizado pero no desaparecido, de hecho, durante mi primera adolescencia, papá me otorgó el risueño mote de “la Incógnita”) y supongo que él deseaba aprovechar el tiempo y que pudiésemos estar juntos. En los vehículos que tenían radio escuchábamos música mientras comentábamos las cosas del día.
Los periplos nos llevaban al centro de la ciudad y a algunos de sus barrios, pero recuerdo de forma especial los viajes a Punta Alta y al puerto de Ingeniero White. Había en este último lugar un cliente que tenía un kiosco. Este señor poseía una colección de historietas de guerra de Ernie Pike que me prestaba pues sabía que era cuidadoso y buen lector. Yo ignoraba por aquel entonces que aquellos comics estaban escritos por Héctor Oesterheldt (quien firmaría luego El Eternauta y desaparecería durante la dictadura) y dibujados por Hugo Pratt, un italiano afincado en nuestro país que luego retornaría al suyo para crear Corto Maltese y hacerse famoso. Tampoco sabía que las páginas que miraba, y que su dueño atesoraba, hoy valdrían una fortuna en cualquier exposición de comics del mundo.
En una de esas ocasiones, me compró una revista de Superman, sin saber que estaba sellando mi destino como fanático coleccionista del personaje por los próximos 50 años.
A veces las cosas se complicaban. Debo mencionar que por entonces yo me había convertido también en un incipiente cineasta y la culpable era mamá, quien solía llevarme como acompañante al Cine Unión, donde los días miércoles daban tres películas consecutivas.
Cuando salíamos de casa con papá, la ida nocturna al cine no estaba siquiera definida pero mis esperanzas estaban cifradas en ella. De modo que, cuando comenzaba a atardecer, mientras esperaba en el auto que papá terminara sus negocios, los minutos se alargaban interminablemente. Yo, por supuesto, no iba a decirle nada, porque ese era mi estilo y porque él estaba haciendo cosas importantes. Pero la imagen mental de las luces de la sala cinematográfica apagándose o el león de la Metro iniciando sus rugidos sin mí, era más de lo que podía soportar. En un par de oportunidades, cuando él regresaba al auto casi de noche, me veía con un par de lagrimones rodando por la cara…
“¿Qué te pasa? ¿Estás bien?” preguntaba. Silencio, más lagrimones…
“¿Te duele algo?” Movimiento negativo de cabeza.
“¿Tuviste algún problema en el colegio?” Nuevo movimiento negativo
“¿Iban a ir al cine esta noche?” Ahora sí, movimiento afirmativo de cabeza.
“Pero ¿por qué no me dijiste nada?”… Silencio. Secado de lágrimas…
Y allí partía a toda velocidad para depositarme en casa, y, con un poco de suerte, frente al incomparable león de la Metro, la inalcanzable montaña de la Paramount o el inolvidable gong de Rank Organization.
Pobre papá. Que paciencia me tenía…
Oscar Montani (Sobrino)
Oscar Montani
(Sobrino)
Por mi parte y como anécdota destacable, recuerdo la siguiente:
Un día del segundo semestre del año 1958 (no puedo ser más preciso con esta fecha), yo tenía 14 años y recientemente había cobrado mi primer sueldo como Cadete en la firma P. Ingles e Hijo.
El importe de lo percibido lo invertí en unos regalitos para mis padres y hermanos y con el resto fui a comprarme Un par de botines de futbol.
Ingreso a la casa de deportes y me encuentro al Tío Mario que estaba hablando con el dueño sobre etiquetas para los artículos.
Obviamente lo saludé y pasé al mostrador donde me atendió un empleado.
Elegí un par de botines que me encantaron, pero cuando el vendedor me dice el precio, vi que no llegaba con el resto del sueldo que llevaba celosamente cuidado en mi bolsillo.
Al solicitarle un modelo más económico, el Tío se arrima al vendedor y le dice que me dé el par elegido, que él paga la diferencia.
En un principio no se lo quise aceptar diciéndole que no correspondía, luego de unas explicaciones se lo acepté con la condición de devolvérselo al cobrar el mes siguiente y por último me convenció diciéndome que Él me quería hacer ese regalo.
Se imaginarán lo que significó para mi ése acto amoroso del Tío, en éste momento se me están cayendo unas lágrimas por la emoción que me produce el recordarlo y supongo que por todo eso, fue lo primero que recordé de Él.
Deseo que Uds. y familia se encuentren bien, al igual que por estos pagos.
Les pido disculpas por no contestarles antes, soy un poco duro para escribir…….ja…ja… al decirles que me cuesta escribir, recuerdo las extensas cartas familiares que escribía el tío con carbónico para enviarnos a cada uno de la familia….. ¡QUE TIPAZO!.
Un gran abrazo.
Oscar.